Fetichismo de la mercancía intima.(F. Buen Abad D.)

Os paso esta dirección de REBELIÓN de donde he sacado este formidable artículo
de F.Buen Abad Dominguez y donde podeis leer muchos más de otros autores/as...
Por cierto sabeis porqué he añadido unas camelias al escrito?
Pues porque en la famosa novela de Alejandro Dumas se cuenta la historia de
Marie Duplessis la cortesana más famosa de su época...se anunciaba receptiva a
proposiciones románticas con una camelia blanca en la mano y una roja si pedía
paciencia...hay quién dice que por estar en sus dias del período menstrual....
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=47977
10-03-2007 |
El problema no es de "género" el problema es de clase. |
Hay que andar con pies de plomo cuando se incursiona en temas relativos
a la intimidad, anatomía o fisiología femenina por lo frágiles que son las
fronteras entre el desenfado y la ofensa. Seguramente hablar, publicitar o
comercializar toallas femeninas disgusta a más de una sensibilidad, mientras
a otra, le parece de lo más "natural" y cosmopolita, mantener informada a
la población sobre los tipos, tamaños, diseños y virtudes de un artefacto
"higiénico", "inocente" y "práctico" Dime qué toallas usas y te diré quién eres.
Fetichizadas por la cultura de masas, para cumplir con sus liturgias mercantiles,
las toallas femeninas son algo más que discretos y absorbentes solucionadores de bochornos mensuales. Se las asocia con términos y conceptos que
en su ambigüedad eufemizan trasfondos de intenciones mercadológicas
bastante poco fieles a las problemáticas verdaderas de las mujeres.
Confort, modernidad, seguridad, status y cientos de sucedáneos
verborréicos manoseados para consolidar un estilo casi clásico en la
publicística contemporánea. Imagen de individuos standarizados,
prototipo de los valores más superficiales. Identidad femenina desechable.
Lo que es acontecimiento cíclico de la naturaleza y expresión enigmática de
la fertilidad se cubre con discursos moralistas y maniqueos evidenciados
cuando, por oposición aparente, se esgrimen ideas de limpieza, discreción,
femineidad, realización y dinamismo. La moraleja sigue siendo todo lo contrario.
Detrás de la naturalidad aperturista con que se ofrece el discurso propagandístico
se agazapa la ideología que ha hecho de la menstruación materia de
satanizaciones brutales. Es el discurso que sobreentiende la sangre mensual
como sinónimo de suciedad, animalidad, fealdad y peligro. Es el discurso de las
consejas oscurantistas reaccionarias y represivas que siempre estigmatizaron a
la mujer durante sus períodos menstruales. Es la ideología sometedora que
apetece insistir en que ahora, para paliar el efecto desagradable producido
por la "regla", y para ser "libre", "dinámica", "segura" y más mujer hay
que usar productos novedosos, garantía de discreción. No hay apertura,
hay ocultamiento sofisticado.
Tal vez para muchas mujeres, efectivamente, el uso de algunas soluciones
ofrecidas por las toallas femeninas, alivien más o menos, las incomodidades
menstruales que no todas sufren. Seguramente la investigación ha logrado
avances que en términos de materiales, formas y costos resuelven lo
que en otro tiempo fue asumido de manera distinta. Pero lo que debe
ser atendido es asunto específico del desempeño cotidiano femenino con
sus realidades y necesidades en sociedades misóginas incapaces de
abanderar el respeto generalizado. Comenzando por su naturaleza.
La menstruación no es una "maldición divina", no es "suciedad" ni
"mancha" en la dignidad. No tiene por qué ser ocultada, disfrazada,
camuflada o eufemizada para tranquilizar a esperpentos asustadizos
que se inquietan por toda manifestación orgánica. Hay que ponerlo
en claro aunque parezca ridículo en pleno exitismo posmoderno neoliberal.
Aún hoy en nuestras sociedades están presentes los mitos e
ignorancias que marginaron a las mujeres por el hecho de menstruar.
Se las apartó de los cultivos porque eran sospechosas de perjudicar
las cosechas. Se las encerró en habitaciones especiales porque en
períodos menstruales eran portadoras potenciales de enfermedades y
calamidades en todo orden. Se las miró con desprecio porque
"olían mal", porque estaban "poseídas", porque eran portadoras de
"pecados originales" asociados con la "sangre sucia".
No es gratuito el peso de esa vergüenza atávica generada en las
mujeres y no es casual que en la historia de su sometimiento
esclavizante, algunos mitos de la menstruación sirvieran como
puntales enfatizadores de tanta culpa descargada ferozmente en su contra.
Por la menstruación las mujeres también son víctimas de chistes
morbosos, de incomprensión laboral y familiar, de sospechas y
menosprecios que bien merecerían poner en tela de crítica a la
sociedad entera. No se admite ni respeta el impacto general que
sucede mensualmente sobre al estado general del ánimo, el rendimiento,
los trastornos emocionales ni las revoluciones psicofísicas originadas
durante los estadios premenstruales, menstruales y postmenstruales.
Aunque según algunas mujeres es mucho lo que se exagera.
Publicísticamente, se ha hecho del fenómeno, deporte demagógico
audiovisual que tiene como coartada cuanto estereotipo se imagine.
Juegan a la suavidad más cursi, propia del engaño pudoroso que se
escurre entre imágenes y frases, prudentemente atrevidas y
mojigatamente aperturistas. Hacen protagonizar a la mujer el rol
de esa heroína vencedora de sus vergüenza ancestrales, en favor de
un "mundo feliz" e higiénico, posible sólo si se engancha mensualmente
(y para siempre) con el consumo del fetiche mercantil anunciado.
Se da un tratamiento histórico a ese antes y después fronterizado por
el uso de una toalla que en su sequedad escurre promesas jugosas
de modernidad, aceptación y discreción. Avergonzar a los demás ha
sido siempre buen negocio. Pregúntese a los comerciantes del pecado y
la culpa. Por si fuera poco, el microclima ideológico posicionado por la
publicística para crear un círculo vicioso entre la imagen femenina aceptada,
"juvenil", y "abierta", con el pasado tenebroso del estigma, genera
dependencias subliminales costosísimas para la sociedad. No omitamos
el problema ecológico.
A una población desinformada sexológicamente, engañada con el manual
del usuario feliz para los genitales, (perpetrado por los genios del control
poblacional) y asustada con el pandemónium del SIDA,- más toda la
herencia culpígeno religiosa y terapéutico redencional-,. le quedan
pocas escapatorias. Tiene ante sí, la inteligencia mercenaria de
quienes sólo quieren vender con eficiencia a cualquier costo lo
que sea. Y se enriquecen impunemente.
Cada toalla femenina es además portadora de un principio consumista
perfectamente inoculado en el paquete ideológico que la soporta.
La oferta y la demanda apuntaladas con mercados copados, doctrinarismo
publicitario, densidad poblacional y ciclicidad orgánica son plato magnífico
donde se relamen los bigotes ciertas marcas. ¿ Dónde estarán todas las
alternativas ideadas para el caso y dónde las políticas sociales de quienes
no pueden ignorar la dimensión del tema? El gato cuida los bifes. Si las
toallas femeninas son prácticas, cómodas, y liberadoras lo son por su
carácter funcional y no por el fetiche mercantil en que se han convertido.
Ni agregan ni restan personalidad a la usuaria. ¿Por qué no son una
prestación laboral adicional ?
Pisar con pies de plomo los temas vinculados a la intimidad, sexualidad
y fisiología femenina sirve de mucho para no herir susceptibilidades. Las fronteras
entre lo cierto y lo falso son frágiles, la impunidad galopante, la desinformación
pan diario y la crítica paupérrima.. Lo único que no podemos hacer ante esto,
es tirar la toalla. El problema no es de género, el problema es de clase.